Xosefa Casalderrey Fraga (Fina Casalderrey) nació en el lugar de Pilarteiros, parroquia de Santo André de Xeve (Pontevedra), en agosto de 1951. Cuando contaba con un año de vida, el 14 de septiembre de 1952, asistió a un importante acontecimiento del que solo tiene memoria por boca de sus progenitores -un mecánico y una costurera, entonces todavía muy jóvenes-: disfrutó del privilegio de asistir a su boda y ser testigo directo de una hermosa historia de amor. Se fueron a vivir al lugar del Castelo, al amparo de San Benitiño de Lérez y muy cerca de donde en el medievo se levantaba la fortaleza de Cedofeita. El ambiente rural de sus primeros años y las historias que le narraba su padre contribuyeron en modelar su escuela de lo fantástico. Y en Lérez, en el lugar del Cruceiro, sigue viviendo en la actualidad.
El gallego era la lengua de sus padres y la suya propia. Lengua en la que nunca pudo dejar de soñar, incluso cuando -primero en la escuela pública de la Porta do Sol de Lérez y después en el Instituto de Pontevedra- hubo de fingir abandonar en las relaciones sociales, por imposición de las circunstancias de opresión que le tocó vivir.
Con 9 años, en el verano de 1960, fue a clases de “corte y confección”. Su madre quería que, mejor que “costurera”, fuera “modista”. Ante su predisposición para la costura, doña Amelia, la profesora del curso, pidió que le compraran un maniquí que casi la doblaba en estatura, entonces su madre decidió que su sitio todavía estaba en la escuela. Más tarde, por consejo de la maestra, comenzó el bachillerato en el instituto (el único que había en Pontevedra para niños y niñas, aunque en aulas separadas) y continuó en el nuevo Instituto Femenino (antigua Escuela Normal) donde terminó el bachillerato “elemental”. A continuación estudió magisterio cuando la Escuela Normal ya había sido trasladada a las orillas del río Lérez.
Su primer destino como maestra fue una substitución en Pontecesures. Allí se encontró con Avelino Pousa Antelo, un galleguista militante, y empezaron a surgir preguntas y a encontrar algunas respuestas a la diglosia que se respiraba en su ambiente. Fue entonces cuando se decidió a adaptar cuentos populares al teatro que, luego, representaba con su alumnado para seguir con sencillas piezas de creación propia. Actividad que no abandonó nunca durante los cuarenta años de docencia.
Y aquellas primeras nociones de “costura” le han servido para reflexionar y aprender sobre la importancia de la estructura en una narración y de dosificar convenientemente los descubrimientos que la lectura gozosa ha de aportar, del mismo modo que los bolsillos o los adornos de una prenda han de ir en el lugar adecuado para que sea vistosa y útil; y, en todo caso, que no entorpezca la libertad de caminar.
En sus comienzos como docente, fueron tantos los destinos que, en cuanto tuvo oportunidad, se quedó 25 años en el, entonces Grupo Escolar, Santa Lucía de Moraña. Luego, los diez últimos años, previos a su jubilación, impartió docencia en el IES Illa de Tambo de Marín. Y cada niño, cada niña, cada escuela, fue dejando una huella en su memoria. “Ojalá también algo bueno de mí se quedase un poquito en todos ellos”, dice a veces. Asegura que las horas extra, año tras año, invertidas con su alumnado después de las clases, fueron su mejor “licenciatura” en pedagogía.
Su especialidad, por oposición, es Matemáticas y Ciencias de la Naturaleza, pero en aquel hervidero del inicio de la democracia, se diplomó en Lengua y Literatura Gallega en la Escuela Oficial de Idiomas (por libre, en Pontevedra todavía no se había abierto tal Centro). Cambiar la Escuela, acercarla más a la realidad, la condujo a realizar con su alumnado diferentes trabajos relacionados con la investigación etnográfica en el entorno próximo (los hórreos, los aparejos de labranza, la climatología y astrología popular, las fiestas populares, la medicina popular, los juegos tradicionales, cantigas, refranes, leyendas…), muchos de ellos premiados en su día por el Museo de Pontevedra, por la Xunta de Galicia o por la Jefatura Nacional de Tráfico. Todos en Gallego. En parte, esos trabajos fueron el inicio de una publicación colectiva, coordinada por Mariano García (Terras de Moraña: Unha realidade na historia, na lenda, na lembranza… 2002), publicada por el Ayuntamiento de Moraña muchos años después de su elaboración.
Junto con Mariano García, publicó los ensayos: O libro da empanada (1993), Festas gastronómicas de Galicia (1994) y Repostería en Galicia (1997) (3º Premio Álvaro Cunqueiro de Periodismo Gastronómico).
En relación con el mundo de la enseñanza, en 1996, publica Recursos teatrais para a expresión dramática na escola (7 piezas para representar).
Otras publicaciones pedagógicas fueron: Lecturas 2 (1º Ciclo EP). Edebé, 1997; Tren dos contos 1º EP. Lecturas. SM, 2006; Un dous tres hora de ler. SM Xerme, 2008; Tic tac tic hora de llegir! SM, 2008; Medrando Sans. Xunta de Galicia, 2008.
Ejerció de pregonera en diferentes Ferias del Libro y también en eventos gastronómicos en múltiples ocasións. Impartió charlas-coloquio, mesas redondas, conferencias… relacionadas con la LIJ o con la Gastronomía, dentro y fuera de Galicia, en Centros de Enseñanza, Asociaciones Culturales, Museos, Centros Gallegos, Universidades… (Pontevedra, Santiago de Compostela, Vigo, Ourense, A Coruña, Lugo, así como diferentes ciudades de Asturias, Cantabria, Navarra, Aragón, Castilla-León, Comunidad Valenciana, Madrid, Extremadura, Murcia, Andalucía, Canarias… También en la Bretaña Francesa, Ginebra (Suiza), Hamburgo (Alemania), Cork (Irlanda), Rabat y Casa Blanca (Marruecos), La Habana (Cuba), Caracas (Venezuela), Panamá, Guadalajara (México), Bolonia (Italia)…
Participó en el informe de la UNESCO de 1997 La educación encierra un tesoro.
Fue miembro de la directiva de Gálix desde septiembre de 2001 hasta enero de 2004. Pertenece al PEN Club desde el 12 de enero del año 2008, y a AELG desde el 1 de julio de 2009.
En el año 1991 se dio a conocer en el mundo de las publicaciones con la novela juvenil Mutacións xenéticas. Desde entonces publicó más de sesenta títulos, dirigidos preferentemente a lectores infantiles o juveniles a los que les hay que sumar más de veinte historias recogidas en volúmenes colectivos. Sus libros, siempre escritos inicialmente en gallego, se traducen habitualmente a las demás lenguas del estado. Algunos también al bretón, coreano, inglés, francés, italiano, portugués, serbio o chino.
Desde noviembre de 2013 forma parte de la RAG (Real Academia Gallega) como miembro numerario. Su discurso de ingreso llevó por título: Viaxe á semente. Dende os refachos do corazón ata onde habita o imaxinario.
Colabora en prensa con artículos y otros trabajos que aparecen recogidos por periódicos y revistas (Diario de Pontevedra, Progreso de Lugo, Nós de Sabadell, Fadamorgana, Golfiño, CLIJ, Cedofeita, Tempo Exterior, Grial, Maremagnum, DE NÓS (Sermos Galiza), Encrucillada…).
Por dos artículos publicados en el Diario de Pontevedra le fueron concedidos los premios Puro Cora (2001) y el Fernández del Riego (2003).
En el año 1996 le fue concedido el Premio Nacional de Literatura Infantil y Juvenil por O misterio dos fillos de Lúa.
Notas autobiográficas (2000)
¡Un texto autobiográfico! Es una pena que tenga que ser yo quien lo escriba. Si le hubiesen dado la oportunidad a mis padres (ya no tengo abuelos) expondrían cualidades extraordinarias sobre mi persona y méritos increíbles sobre mi trabajo. Yo… ¿qué puedo decir? No soy una belleza de pasarela, no nací en un palacio y, de niña, ni tan siquiera teníamos biblioteca en el barrio (¡imaginad en el colegio o en casa!). No pasé hambre de chicharros ni de cariño, incluso añadiría que ni de historias; me las contaba mi padre y la radio (ellos fueron mis primeros clásicos). Sí, pasé hambre de libros, aunque los que afanaba a escondidas tenían sabor a golosinas. Y es que, en mi ambiente, casi era “pecado” leer cosas que no llevasen por título Matemáticas, Geografía… Aquella escasez de lecturas me parece irrecuperable y la siento como una enfermedad que quisiera detener a medida que cumplo años, para que no siga avanzando. Quizás por eso, cuando entro en una gran librería siento una mezcla de gozo y de angustia: ¡Cuántos libros! ¡Qué maravilla! ¡Cómo me gustaría leérmelos todos! ¿La mitad? ¡Imposible! El tiempo, el tiempo… Por si acaso, compro los que puedo, aunque no los lea todos. Son como una manta que guardo para los días de frío con la que me siento protegida. Nací en Xeve (Pontevedra). Mi infancia se desenvolvió entre Xeve y Lérez (donde vivo actualmente) en un ambiente rural que paulatinamente se va haciendo semiurbano, urbano… Ya casi no hablamos entre el vecindario, por las mañanas se entremezclan los trinos de los pájaros con las bocinas y ronquidos de algunos coches… El saco de mi niñez está lleno de vivencias, para mí, entrañables. Cuando aprendí a utilizar la palabra, pedí una hermana. Les había insistido mucho a mis padres para que fuesen al mercado a comprármela antes de que se agotasen las mejores. Tardaron casi ocho años en hacerme caso, pero al fin me la trajeron y fui la niña más feliz del mundo. El día en que nació había fiesta en Lérez, pasaba mucha gente por delante de mi puerta; me senté en el banco de piedra que todavía sigue pegado a la fachada de la casa de mis padres, mi casa, y les daba la buena nueva a todo el que pasaba: —¡Tengo una hermana! Algunos, y algunas, me miraban raro, pero yo seguía feliz extendiendo la importante noticia. Recuerdo las alegres meriendas en los campos de siembra. A media tarde, ese era el momento en el que puntuales aparecíamos formando parte de la rueda de jornaleros y es que el pan, el queso, el membrillo, los bacalaos rebozados… sabían allí de otra manera. Bueno, también vienen a mi memoria los disgustos por no poderme quedar con un gato que había encontrado en un camino… Otro de mis grandes deseos fue tener unas botas de goma para poder meterme en las charcas. Odiaba los zuecos, hacían tanto ruido que tenía la sensación de llevar un transmisor que avisaba a menudo de mi situación. —Siéntate, Finita —decía la maestra, sin necesidad de levantar la cabeza. Los sabañones en las manos refregando un paño enjabonado en el lavadero no era cosa divertida, pero las conversaciones “políticamente incorrectas” de las lavanderas de oficio sí que merecían la pena. Estiraban en el aire ciertas piezas de ropa y decían no sé si por venganza o para despistar a los sabañones. —¿Veis? Estas son las bragas de mi señorita. Y todo el mundo se reía. A veces se me caía el jabón al pilón, que llamábamos río, río de lavar. Subía la manga hasta el hombro y metía la mano en aquellos lodos. En ocasiones en lugar de encontrar mi taquito de jabón, conseguía uno más grande. Eso me ponía contenta, como si descubriese un tesoro. De la escuela, lo más hermoso que recuerdo es aquella caja de botellitas con tintas de colores. Eran de las inyecciones. Las lavábamos, comprábamos una especie de polvos mágicos que se mezclaban con agua, dentro ya de las botellas ¡y listo!, obteníamos maravillosas tintas de muchísimos colores. Las poníamos, además, de pie en una cajita plana con la tapa llena de agujeros. La forrábamos con papel bonito como de regalo. Cada botella llevaba un babero de diseño propio. Con aquellos lujos, todas (sólo niñas) estábamos deseando ir para la escuela de arriba, que era donde nos volvíamos alquimistas de los colores. Cuando acabé el bachillerato, mis padres, económicamente humildes, me dejaron decidir sobre mi futuro: ¿quieres coser o hacer magisterio? Me decidí por esto último y aquí sigo (ahora en un I.E.S.). El día que llegué a mi primera escuela (con diecinueve años) lloré, y el día que me tuve que despedir de ella, lloré todavía más. Me gustaría saber mucho más de lo que sé; pero, a veces, disfruto acostada en la hierba mirando al cielo. Me gustaría haber hecho cosas que no he podido, viajar más… Desearía seguir siempre unida a los míos por una cola elástica… La primera vez que salí de mi tierra tuve la sensación de que el mundo se iba encogiendo a mi paso, y hoy no entiendo como siendo tan pequeño podemos estar tan alejados unos de los otros. En mi infancia, una de nuestras obligaciones era acarrear agua a cubos desde la fuente de Tres caños que alimentaba el lavadero, en el fondo del barrio. Cuando dejaba esta labor para el anochecer, veía viejas malvadas en las zarzas del camino que llevaba a la fuente del Gramal. He oído (y todavía los oigo) como corrían los duendes por el tejado de mi casa… Me disgusté cuando el gato del vecino fue atropellado. Pensaba que tenía que escoger entre casarme o hacerme monja, y decidí que tendría que hacerme monja, aunque tampoco me hacía mucha gracia; hoy estoy casada y tengo un hijo y una hija que, por su edad, casi son amigos. Me encanta recitar poemas, aunque no los haya escrito yo, me gusta leer y descubrí que escribir me permite tener y hacer bastantes cosas ¡incluso tocar el piano aunque no sepa! También me gustan las niñas y los niños (vivos, no fritos), comer, bailar, hablar con los amigos, reír… Amar y sentirme querida sigue siendo muy importante para mí, aunque me ocupe tiempo. A veces, me apetece mezclar mis propias vivencias con los sueños, con la imaginación, con la fantasía… y crear historias en mi mente, que sólo después de darles muchas vueltas paso al papel. También he saboreado la investigación aprendiendo cosas sobre la cultura de mi tierra, de mis gentes, que después procuré compartir. Así nacieron varios libros relacionados con la gastronomía escritos siempre en colaboración con Mariano García (mi compañero de siempre); o trabajos sobre los hórreos, la climatología y astrología popular, los juegos, la medicina popular… con los que, y gracias a la colaboración de mis alumnos y alumnas, alcanzamos algunos premios. Otra de mis aficiones es el teatro, poder meterme en la piel de diferentes personajes… Para la escuela he escrito, dirigido y también representado alguna pieza. Eso me hace disfrutar extraordinariamente. Estoy intentando aprender desde hace más de dos años, y gracias a dos diarios gallegos, a hacer artículos periodísticos todos los sábados… Y, de vez en cuando, en algún otro medio. Como se puede observar necesitaría de ese barniz con el que sólo una abuela sabe pintar las insignificancias para darle colores de importancia a mi biografía. Y si es cierta la afirmación de que nos marcan nuestras circunstancias, que estamos hechos de lo que recordamos, intuyo que esas cosas tan pequeñas influyen en mi forma de escribir. |