(Ediciones SM, Madrid, 1997) – ISBN: 84-348-5269-1
Sinopsis
David -un niño de ocho años- junto con su novia Blanca -de nueve años- tratan de descubrir la razón de que los hijos de su gata Lúa (que parirá en su presencia) desaparezcan cada vez que ésta tiene una camada. Su bisabuela, como ya es muy mayor, le dice que su padre los ha enterrado en la huerta. Pero existen otros sospechosos, como el señor Indalecio… Tendrán que poner trampas y estar atentos a las huellas del posible ladrón de gatos; pero el ladrón no es quién David y Blanca se imaginaban. Este misterio, unido a la preocupación por juntar pecados para la Primera Comunión o por saber por donde entraron los gatos en la barriga antes de nacer, son algunos de los enigmas que el protagonista logra resolver al final de una trama detectivesca cargada de ingenuidad y ternura.
Premios
Premio O Barco de Vapor 1994. |
Premio Nacional de Literatura Infantil y Juvenil 1996. |
Inclusión en la selección “Los mejores de la década” de CLIJ 1999. |
Traducciones
Original en Gallego: O misterio dos fillos de Lúa (Ediciones SM, Madrid, 1995) |
Catalán: El misteri dels fills de la Lluna (Editorial Cruïlla, Barcelona, 1997) |
Braille – Gallego: O misterio dos fillos de Lúa (ONCE, 1999) |
Braille – Español: El misterio de los hijos de Lúa (ONCE, 1997. Soporte audio dixital) |
Bretón: Kevrin ar c´hizhier bihan (Sav-Heol, 2011) |
Valenciano: El misteri dels fills de Lluna (Bromera, 2013) |
Córnico: Kevrin an kathes byghan (Kernewek gans Peter Trevorah, 2019) |
Entrevista a la autora (Enero 1997)
¿Cómo nació esta historia?
¡Ay, si supiera todas las respuestas! A mí me pasa que muchas veces presentando un libro me sorprendo a mí misma justificando actitudes de personajes en las que yo ni me había fijado cuando lo escribía. Otras veces me encuentro buscando las razones que me impulsaron a escribir una determinada historia cuando ésta ya se aleja de mí y rueda por sí sola con vida independiente de la mía, con la longevidad que le quieran dar los lectores.
El misterio de los hijos de Lúa… Vamos a ver, yo tengo una gata, una gata que encontramos abandonada de pequeñita. No es una gata de la aristocracia (siamesa, persa…), es de una raza muy común. Pues bien, aunque mi infancia se desarrolló en un ambiente rural, rodeada de animales (en el buen sentido), nunca había visto nacer gatitos; y no sólo porque las gatas que tienen un trozo de huerta para pasearse, es decir, las gatas que no son de piso, acostumbran a parir a sus hijos en un lugar oculto. Mi gata no. Lúa ha hecho el amor ante nuestros ojos y ha reclamado nuestra presencia cuando tuvo los bebés. ¡Y tiene finca con escondites!
La primera vez que parió (luego a todo se acostumbra una) a mí me conmovió sinceramente su actitud tan confiada con todos los de la familia. Me pareció precioso observar con que cuidado, a pesar del dolor, trataba a sus recienes. De inmediato, como esas bombillas que se encienden en los cómics, me apeteció, con muchas ganas, recoger eso que yo sentía en una historia. Siempre suelo guiarme por “arroutadas” (prontos) para hacer brotar mis historias. Parto siempre de la idea de que no se puede convencer de lo que no estás convencida, o lo que es lo mismo, no se puede emocionar a nadie si tú no estás emocionada. Se me antoja que a veces leemos historias con las que se supone tendríamos que reírnos y no nos entra risa, o historias trágicas que deberían ponernos la piel de gallina y nuestra piel permanece impasible. Creo que la clave está en ser honrados, en escribir sobre lo que se sabe, sin fingir lo que no sientes. Has de sentirlo todo, incluso cuando te metes en el mundo de la fantasía.
¿Cómo consigue meterse en la piel de un niño de esa manera tan auténtica?
Me encanta escribir en primera persona: ser un niño, una niña, una joven, una anciana, un perro… y salir del personaje para actuar como narradora sólo en los momentos en los que la historia, según mi intuición (más que criterio), necesita de aclaraciones que sólo pueden llegar desde fuera.
Recuerdo (tampoco necesito tanto esfuerzo para recordar, puesto que empecé a publicar en el 91), recuerdo que de Dúas bágoas por Máquina (Dos lágrimas por Máquina), que fuera premio Merlín, un crítico (quién por cierto dijo cosas muy hermosas del libro) escribió algo así como “inteligente técnica literaria de montaje”. Yo no había montado nada. Yo escribía “linealmente”, y mi mente era la que iba dando saltos atrás en el tiempo cuando la historia así lo requería. Y no crean que escribía todo seguido por dominio de la técnica, sino desde mi ignorancia teórica y desde mi autenticidad de creerme dentro de los personajes.
En El misterio de los hijos de Lúa he querido transformarme (creo que hemos de ser un poco actores o actrices y creernos nuestro papel para representarlo mejor) en un niño de ocho años que habla desde su lógica opuesta, en ocasiones, a la del adulto. Refugiándome en él, evito el didactismo o la moralina forzados, pero también evito todo lo contrario, que no deja de ser el defecto opuesto. ¡Huy!, aquí dice: “Fulanito decide perdonar a menganito”, ¡falta!, he detectado moralina. ¡Ni tan acá ni tan allá! ¿No? Tampoco debemos preocuparnos tanto con que si aprenden algo de paso es una pena.
¿Trata, desde el Premio Nacional, mejor a su gata?
¡Quién me iba a decir a mí que mi gata Lúa, me daría tantas satisfacciones cuando la acogimos en nuestra casa! De hecho, desde el día 4 de noviembre, fecha en la que se hizo público lo del fallo del jurado del Premio Nacional, Lúa come a la carta, otras veces le doy dinero y que se compre lo que le apetezca. Bueno, la segunda parte es un poco broma, Lúa ya comía bien antes de esto. No ha cambiado sus hábitos.
¿Por qué es también una historia para adultos?
Es que yo creo que (si éste fuera el caso) todos los buenos libros que pueden leer los niños, los pueden leer los adultos, sin indigestarse o herniarse. Me duele mucho que se menosprecie la LIJ considerándola un género menor, una literatura de segunda, poco profunda, ñoña, pueril… ¡Vaya! Yo no digo que no exista algo de eso pero…. ¿y en la “otra literatura”? ¿No hay de todo? Creo que existen preciosas historias, con la profundidad suficiente como para hacer reír, humedecer los ojos o sentir frío al más remiso de los sabios adultos. Claro que no podemos darle la vuelta, las de adultos, no siempre pueden ser disfrutadas por los niños debido a razones obvias de vocabulario, longitud, experiencias vividas… Que haya algunas malas (de estadísticas no entiendo porque eso de media, mediana y moda lo di hace demasiados años en el bachillerato), pienso que no es negativo. Está bien que tengamos un surtido bazar en el que podamos encontrar de todo. No todos tenemos el mismo universo estético. Para adquirir el concepto de frío, necesitamos el de caliente, pues para lo de bueno será lo mismo ¿no?
¿Que a quién va dirigido el libro? Yo cuando lo escribí no lo dirigí hacia nadie, luego al leerlo me pareció que lo podrían disfrutar desde la edad para la que viene recomendado (a partir de los nueve años) y creo que igual que O estanque dos parrulos pobres (El estanque de los patos pobres que tiene versión castellana, por lo de la promoción…) lo disfrutarán más cuantos más años tengan, será entonces cuando la “lógica” de los protagonistas, se les convertirá (espero) en ternura, en humor, en ironía…
¿Le costó mucho escribir esta historia?
A mí lo que más me cuesta es encontrar una historia que me llene tanto como para mantenerme ilusionadísima, sin quitármela de la cabeza durante muchos días y muchas noches, hasta que la tengo clara y dispongo de las horas “juntas” para poder llevarla al papel sin demasiadas interrupciones. Para mí, el momento de escribir lo que ya mi cerebro ha manido, aunque nunca esté claro del todo, es el instante mágico en el que soy capaz de estar físicamente sola muchas horas y sentirme acompañadísima, o viviendo emociones intensas, sin deseos de ser interrumpida. Reconozco incluso que soy, a veces, egoísta, y es que, a pesar de querer a mi gente y de necesitarla indiscutiblemente, como sé que están ahí apoyándome siempre, cuando escribo me traslado, me olvido de mi yo real… Claro que ‚sé que es un lujo que, confieso, me puedo permitir porque tengo una familia extraordinaria que me ayuda muchísimo, liberándome de otras tensiones, para dejar cabida a las que produce el propio acto de escribir.
Que conste que los mejores textos se han escrito no en períodos de paz interior, sino desde turbulencias mentales (yo también he escrito alguno en ese estado).
Una interrupción. Una anécdota.
Pues…, pues que, como a todo el mundo, me gusta estar sola y con la puerta cerrada (la ventana no) cuando escribo. Uno de los días en que estaba escribiendo este libro, mis padres (que no tuvieron la oportunidad de criarse entre libros y su destreza lectora no es de envidiar, entraron en el cuarto y en silencio estuvieron un rato, a mis espaldas, leyendo lo que yo iba escribiendo y a mí me pareció hermoso porque lo hacían con cierta dificultad (moviendo los labios…) que aumentaba el hecho de que yo estuviese escribiendo a mano.
Me pareció que disfrutaban enormemente. Claro que así, ¡no hay quien pueda escribir!, y paré; entonces me dijo mi padre: “¡Qué imaginación tienes! Y yo me dejé querer, sin explicarle que no me hizo falta tanta, que había aprovechado todo lo que sabía de mi gata Lúa. Me gusta que mis padres se crean que tienen una hija “importante” porque sé que ello los hace felices.
En otra ocasión mi padre estaba internado en un hospital, yo estaba con él y como hubo momentos de cierto tedio, para tener disculpa de leer un poco le dije: Papá, te voy a leer algo en alta voz, para entretenerte. A la segunda página me dice: Deja, no te preocupes, no leas más, a mí sólo me gustan los tuyos. Y aunque es evidente que no se debe a que yo sea mejor sino a su falta de hábito lector por un lado y por el amor a mi misma por otro, a mí aquello me gustó. ¡Imagínate que lo que escribes no le gusta ni a tus padres! Ello debe ser terrible.
¿Ser maestra le ha ayudado a componer esta historia?
A veces me preguntan si la profesión de maestra me ayuda a escribir para niños. Supongo que sí, que me ayuda tanto como cualquier otra circunstancia de mi vida. De lo que estoy segura es de que no hace falta ser maestra para escribir para niños y niñas.
¿Qué ha sentido con este nuevo premio?
Esto del Premio Nacional me ha producido o me está produciendo sensaciones muy diversas, incluso contradictorias. Me molesta que me recuerden “la responsabilidad que conlleva”, ¡cómo si yo no lo supiera! ¿Significa eso que no era responsable hasta ahora? tendré, digo yo, que continuar igual, es decir, intentando seguir aprendiendo para hacerlo cada vez mejor, lo que no puedo es echarme más losas encima para escribir más “agarrotada”.
¡Si no sabré yo que mis opiniones tienen ahora más “valor”! Ello me aterra porque yo sigo siendo la misma que antes del día 4 y no quisiera que las sobrevaloren. Aunque admito que voy evolucionando, no lo hago tan aprisa. Lo que no estoy dispuesta (al menos en este momento, por sí las moscas) es a crear una imagen falsa de mi misma, de “sabia excéntrica y despistada”, a la que tenga que seguir esclava el resto de mis días cuando me muestre en público, y eso que, creo, sería de gran utilidad para “marketing promocional”. Aparecer a partir de ahora acompañada de una gata y con un sombrero napoleónico para impresionar más. Supongo que ello haría que enseguida reconociesen mi “figura” por la calle, pero… ¡pobre gata!, y además, aunque me encantan los sombreros, tener que llevarlos de por vida sería muy incómodo ¿no?
Que conste que si profundizo ya empiezo con mis dudas de siempre. ¿Y si ese barniz de excentricidad obedeciese a un intento de preservar en la intimidad la verdadera identidad? ¿Y si se tratase de un lícito mecanismo de espantacazaintimidades?
Sin bromas, aunque no sé si lo de antes es broma; casi mejor, sin hipérboles, entre las sensaciones placenteras que he percibido con el Premio, he tenido (y tengo) otras que rayan con el “pánico”, el intenso miedo a defraudar. Luego cuando estoy más optimista, me digo: bueno, ¿a mí me gusta lo que hago? ¿Sí? Pues seguramente habrá otras almas gemelas con quien compartirlo porque también les gustará, ¿o no?
A mí me pasa algo que no sé si le ocurre a los demás autores. Luego de escribir una historia y después de los digamos, despliegues de sinónimos y correcciones de estilo, cuando tengo que leer las pruebas ya para la edición, no soy capaz de abstraerme lo suficiente como para ver cierto tipo de errores tipográficos, es decir, antes de estar publicada, en sucesivas lecturas la disfruto hasta la saciedad. Lo cierto es que ejerzo de maestra desde los 19 años, que para mí escribir y máxime sabiendo que me leen se ha convertido en un placer sublime, ¡y no hay más cera que la que arde!
¿Para que ha servido este premio? Pues… entre otras cosas para tener un poquito más de seguridad en mis propias dudas.
Exprese un sueño
Me encantaría que El misterio de los hijos de Lúa tuviese muchos lectores (y lectoras, ya sé), que les gustase mucho y que aunque no recuerden (porque la memoria es una goma de borrar) el nombre de la autora, que sí, permanezca un dulce recuerdo de una historia de un niño y una gata que un día les hizo disfrutar enormemente. ¿Qué más puedo pedir? ¡Ah, ya sé! Que, por favor, no permita el “lectorado” que mis otros libros sientan celos, yo los he escrito con el mismo amor, desde la emoción y lo mejor que he sabido.
Fragmento de la obra
(…) Por tercera vez mi gata… ¡Bueno!, también es de Blanca. Hemos jurado entre dos piedras que era de los dos. Así Blanca me ayuda a descubrir el misterio. Bueno, pues por tercera vez nuestra gata está preñada, que eso quiere decir que va a tener gatitos. Yo lo sé, y no sólo porque lo digan mis padres, lo sé porque tiene la barriga muy gorda, muy gorda. Casi le llega al suelo, y salta muy poco. Antes jugaba mucho y ahora se pasa la mayor parte del día tumbada, igual que la abuela; pero la abuela no va a tener gatitos. Estos días no quiere que la acaricien ni nada. Si le toco la tripa, se escapa. Antes de tener los gatitos dentro, no era así. Le podías hacer todas lñas cosquillas que te diera la gana, ¡hasta por la barriga! Algunas veces se quedaba dormida así, y roncaba. Roncaba igual que papá cuando se tumba en el tresillo del salón después de comer. Papá se pone panza arriba y Lúa se pone para abajo, escondiendo la tripa. Tiene miedo de quedarse dormida y que le desaparezcan los gatitos que tiene dentro. ¡Y a mí no me extraña! Las otras dos veces que Lúa parió, pasó una cosa muy rara. El primer día, allí tenía los gatitos. Estaban en la huerta, encima de una butaca vieja que había arrimada a la pared del cobertizo. Eran tan pequeñitos que parecían pelotas de tenis, pero no lo eran. Las pelotas son más redondas y menos peludas, y además no respiran. Yo conozco muy bien las pelotas de tenis porque algunas veces voy a jugar con papá y con Quin, que es mi hermano. Jugar al tenis es, por ejemplo, lanzar la pelota para el otro lado con una cosa que se llama raqueta de tenis. En el medio hay una red, que no es de las de ir a pescar. Y, desde el otro lado, otro jugador tiene que hacer lo mismo. Pueden jugar tres, porque yo también juego con ellos muchas veces. A mí me toca recoger las pelotas que se les caen a papá y a Quin, y dárselas cuando me las piden. Es un trabajo muy importante. Tengo que estar atento y correr mucho. Por eso papá dice que yo hago lo más difícil. Algunas veces me dejan tirar a mí, pero la raqueta pesa mucho y me canso. Ya sé por donde salen los gatitos, porque me lo ha explicado mamá. Me ha dicho que salen por un agujerito que tiene la gata cerca del rabo. Lo que todavía no sé es por donde entran. Mamá dice que aparecen en la barriga cuando la gata se junta con un gato que le gusta. Entonces, si se arriman mucho, si se hacen novios y se quieren muchísimo, puede pasar eso. Me ha dicho que también pasa así con las personas, pero eso es mentira. Yo quiero mucho a Blanca, y hasta le he dado un beso donde hay que darlos para ser novios, en la boca, y Blanca no va a tener gatitos ni nada. Creo que hay que hacer el amor, que es dormir juntos como en las películas. Como papá y mamá no vale, porque ellos son de la familia; y además no pueden estar enamorados porque ya están casados, no son novios. (…) |